En
la escritura se observa la complementariedad de dos códigos, el de la lengua
hablada y el de la lengua escrita que es antes que nada una lengua gráfica;
ambos códigos conforman una estructura semiótica en la cual se vinculan dos
universos de discurso: la estructura precisa de la lengua hablada consta de
significados y de sus expresiones fónicas, los significantes; la lengua escrita
al ser complementaria de la oral cuenta también con significados siendo sus
significantes de tipo gráfico. Se constata que ambos códigos (el oral o fónico
por una parte y el escrito por la otra) poseen un mismo universo de contenido:
el universo de contenido de la lengua gráfica es el mismo que el de la lengua
hablada correspondiente. Para Aristóteles la escritura está subordinada a la
lengua hablada:
En
"El grano de la voz" (Le grain de la voix) Barthes explicita algo que
nos puede parecer obvio pero que, precisamente por obvio, suele ser omitido en
el estudio del tema: sí la comunicación verbal-oral humana permite algún grado
de reflexión, la comunicación escritural permite al emisor revisar y
reconsiderar varias veces, con varias reflexiones acomodadas a diversas
oportunidades lo que el emisor humano ―escritura mediante― quiere comunicar
Esto
es, para la tradición aristotélica, la escritura es un conjunto de símbolos de
otros símbolos. Para esta tradición lo escrito no representa directamente a los
conceptos sino a las palabras fónicas con las cuales se denominan a los
conceptos. Tal tradición aristotélica ha implicado un fono centrismo que
inhibió muchas veces el estudio lingüístico de la escritura y puso el acento en
la fonología, esto fue criticado particularmente por Jacques Derrida a fines
del siglo XX, este pensador ha considerado de especial importancia a las
escrituras.
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